domingo, 29 de abril de 2012

Grandes virtudes a enseñar

Cuenta Natalia Ginzburg, en uno de sus libros, que deberíamos enseñar a nuestros hijos las grandes virtudes en vez de las pequeñas.

No el ahorro sino la generosidad y la indiferencia ante el dinero
no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro
no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad
no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; 
no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber”.

Para ello no debemos imitar los valores de nuestros padres. 
Nuestros padres no necesitaban ser prudentes ni temerosos pues tenían el poder. Nosotros no lo tenemos, y es bueno que nos mostremos a nuestros hijos como lo que somos, imperfectos y melancólicos.

Tampoco es bueno amarles de una forma demasiado absorbente. 
Somos para ellos un punto de partida, pero su vida tiene que desarrollarse a su aire, para que puedan encontrar su propia vocación, es decir una pasión ardiente por hacer algo que no tenga que ver con el dinero, él éxito o el poder. 
Ellos no nos pertenecen, pero nosotros sí les pertenecemos a ellos, y eso es bueno que lo sepan para que puedan buscarnos en el cuarto de al lado cuando nos necesiten.
Lo demás suele venir por sí solo, pues “el amor a la vida genera amor a la vida”.

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