domingo, 29 de abril de 2012

Grandes virtudes a enseñar

Cuenta Natalia Ginzburg, en uno de sus libros, que deberíamos enseñar a nuestros hijos las grandes virtudes en vez de las pequeñas.

No el ahorro sino la generosidad y la indiferencia ante el dinero
no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro
no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad
no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; 
no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber”.

Para ello no debemos imitar los valores de nuestros padres. 
Nuestros padres no necesitaban ser prudentes ni temerosos pues tenían el poder. Nosotros no lo tenemos, y es bueno que nos mostremos a nuestros hijos como lo que somos, imperfectos y melancólicos.

Tampoco es bueno amarles de una forma demasiado absorbente. 
Somos para ellos un punto de partida, pero su vida tiene que desarrollarse a su aire, para que puedan encontrar su propia vocación, es decir una pasión ardiente por hacer algo que no tenga que ver con el dinero, él éxito o el poder. 
Ellos no nos pertenecen, pero nosotros sí les pertenecemos a ellos, y eso es bueno que lo sepan para que puedan buscarnos en el cuarto de al lado cuando nos necesiten.
Lo demás suele venir por sí solo, pues “el amor a la vida genera amor a la vida”.

sábado, 28 de abril de 2012

La creatividad en la enseñanza

Hace años, un supervisor visitó una escuela primaria. En su recorrido observó algo que le llamó poderosamente la atención: una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos estaban en desorden; el cuadro era caótico.
Decidió presentarse:
- Permiso, soy el supervisor de turno… ¿algún problema?
- Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos… No tengo láminas, el ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles… El supervisor, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo cogió y con aplomo se dirigió a los chicos:
- ¿Qué es esto?
- Un corcho señor… gritaron los alumnos sorprendidos
- Bien, ¿De dónde sale el corcho?
- De la botella señor. Lo coloca una máquina…, del alcornoque, de un árbol…. de la madera…, respondían animosos los niños.
- ¿Y qué se puede hacer con madera?, continuaba entusiasta el docente
- Sillas…, una mesa…, un barco…
- Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en la pizarra y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito? Escriban a qué provincia argentina pertenece. ¿Y cuál es el otro puerto más cercano? ¿A qué país corresponde? ¿Qué poeta conocen que nació allí? ¿Qué produce esta región? ¿Alguien recuerda una canción de este lugar? Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:
- Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas Gracias.
Pasó el tiempo. El supervisor volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada detrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden…
- Señorita… ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?
- Sí señor, ¡cómo olvidarme! Qué suerte que volvió. No encuentro el corcho ¿Dónde lo dejó?
- .....